Actualmente, al hablar de “Traumas” (con T mayúscula) la mayoría de nosotros piensa en catástrofes naturales o atentados terroristas, como puedo suponer el 11-M en España, el 11-S o el huracán Katrina en EE.UU. Sin embargo, rara vez caemos en la cuenta de la existencia de “traumas” (con t minúscula), cuando ambos son igual de importantes.
¿Quién no se ha sentido humillado en la escuela o por algún familiar y cuando su jefe le ha reprendido ha tenido la misma sensación? En ocasiones, suceden cosas en nuestra vida que debido a su impacto emocional y seamos conscientes o no, se quedan grabadas en nuestra mente. De hecho, podemos reproducir ese recuerdo a través de imágenes, voces e incluso olores, llegando a sentirnos como nos sentíamos en ese momento. Por alguna razón, la emoción o sensación que se nos grabó en el cerebro de dicha situación sigue intacta en nosotros, como si pudiésemos revivirla. Otras veces, los recuerdos no tienen tantos detalles y sólo somos capaces de recuperar una imagen instantánea, un “fogonazo” o una sensación corporal.
En estas ocasiones, buscamos información en la prensa, en libros de autoayuda, en personas que queremos…y nos hacemos la idea de que lo debemos dejar atrás, porque ya forma parte del pasado. Esta visión es algo simplista y no tan fácil de poner en marcha.
En nuestro día a día pueden ocurrir diferentes situaciones o sensaciones que actúen como disparadores de la emoción o la situación “traumática” que hemos vivido. Por ejemplo, un hombre que ha tenido un accidente de coche puede seguir sintiéndose incómodo y en tensión cuando circula por una autopista, aunque sepa que hace ya varios años del accidente y que ha pasado por allí otras veces sin que le haya pasado nada. Es como si nuestra parte racional fuera por un lado y la emocional por otra, sin que ambas lleguen a comunicarse, sino que una intenta convencer a la otra.
Cuando ambas partes de nuestro cerebro no consiguen dialogar y llegar a un punto en común pueden producirse ciertas limitaciones en nuestra calidad de vida ya que las “cicatrices o heridas emocionales” están dispuestas a manifestarse cuando la vigilancia del cerebro “cognitivo o racional” flaquea, es decir, cuando estamos más cansados o distraídos, hemos consumido alcohol u otras drogas, o simplemente tenemos tantas preocupaciones en la cabeza que no podemos invertir más energía en mantener a ralla nuestras emociones.
Ante esta situación que parece de difícil solución, la psicóloga californiana Francine Saphiro nos presenta la herramienta de EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing, ello significa, movimientos oculares de desensibilización y reprocesamiento). Dicha técnica parte de la idea de que nuestro cerebro, al igual que el resto del cuerpo, posee un mecanismo de autocuración. De hecho, el cerebro trata de digerir nuestras heridas emocionales a través de la fase del sueño REM, desechando aquello que no nos sirve y quedándose con lo que le es de utilidad.
Cuando sucede un trauma, el recuerdo queda atrapado en forma de redes neuronales que no pueden ser digeridas por motus popio. Con la estimulación bilateral del EMDR lo que se busca es darle un empujoncito a esa capacidad natural de autocuración que posee el cerebro, permitiendo que las redes neuronales que han quedado “atrapadas” puedan liberarse.
Pero para poner en marcha todo esto, lo fundamental es que dejemos de quitarle importancia a nuestras experiencias y reconocer la importancia de éstas, ya que un trauma no tiene porqué ser solo haber sufrido un desastre como un incendio o una inundación, sino que también pueden ser un divorcio, un parto difícil, complejos, pesadillas, problemas de alcohol y drogas en la familia, una enfermedad grave o una cirugía.
Como veis hay diferentes situaciones que pueden convertirse en un trauma y desencadenar en nosotros sentimientos de tristeza, ansiedad, ira, baja autoestima e incluso síntomas físicos.
Si te sientes identificado con ello ¿a qué esperas para ponerte en marcha habiendo diferentes formas de ayudarte?