Muchos de nosotros hemos pasado nuestra infancia oyendo frases del tipo “este niño es un santo”, “que bueno es”, “es un niño súper maduro y muy responsable”. Pues bien, el texto de hoy va dirigido a todos esos niños que maduraron tempranamente por diferentes circunstancias, a esos niños “maduros” que les colocaron las etiquetas de buenos, responsables y correctos, y que desde ahí fueron conformando su identidad.

Lo primero que cabe reflexionar es ¿quién nos puso esa etiqueta? ¿cómo ha influido esa etiqueta en nosotros? Estos niños niño-buenoaparentemente maduros, suelen ser niños que han construido su identidad en base a lo que los demás han dicho sobre él, por lo que han aprendido tempranamente a dejar de lado su verdadera esencia y sus necesidades a favor a lo que los demás esperan de ellos. Por que ¿si mi familia piensa que soy bueno y que siempre lo hago todo bien, ¿cómo voy a hacer una trastada o suspender un examen? ¿Me querrán si soy «malo» o no hago las cosas bien?

Son niños que han aprendido a mirar primero a los demás y después a ellos mismos, por lo que suelen convertirse en adultos aparentemente maduros, resolutivos, autónomos y responsables, pero con una sensación de vacío interior inmensa, ya que si se salen del camino marcado pierden su identidad.

Además, suelen ser niños que con frecuencia han reprimido las emociones socialmente no aceptables, como el enfado, la ira o la tristeza, por lo que al devenir adultos tampoco saben muy bien qué hacer con ellas y cuando contactan con ellas, contactan de manera muy invasiva, convirtiéndose estas emociones en peligrosas y difíciles de manejar. Por ello no es de extrañar, que estos adultos responsables, autónomos y eficientes, caigan en una depresión cuando “todo” esta aparentemente bien.

Es en este momento cuando esas necesidades infantiles no satisfechas e importantes y el verdadero ser escondido pujan por salir a la luz, por ser tenidos en cuenta. Es en estos momentos cuando uno puede decidir si quiere descubrir quién es realmente y si quiere correr el riesgo que supone salirse del camino marcado.

Nuestro pasado no lo podemos cambiar, pero podemos comprenderlo y con ello comprendernos a nosotros mismos, así como disfrutar del presente y construir un futuro diferente. ¿Te atreves a descubrir quién eres realmente y qué necesitas?