Hoy, 20 de Noviembre, es el Día Internacional de los Niños, entendiendo por “niño” a aquella persona que se encuentra en la niñez, y en honor a ellos vamos a dedicarles este espacio.

La infancia es el periodo de la vida humana que abarca desde que nacemos hasta que llegamos a la pubertad. A lo largo de este tiempo, cada uno de nosotros va desarrollándose de una manera u otra en función de sus características de personalidad, la educación que recibe y las circunstancias que le rodean. Así, cada uno de nosotros va conformándose como un ser humano diferente, distinto a los otros. En este sentido, no es que haya niños más buenos o más malos que otros, sino que al igual que los adultos, todos los niños son diferentes entre sí.

Por este motivo, no existen recetas mágicas a la hora de criar y educar a los niños. Como adultos, nuestra labor consistirá en abrir bien los ojos para mirar a nuestro hijo con el corazón y ver de que manera podemos hacerlos más felices.

Los niños quieren y adoran a sus padres por encima de todo, son sus protectores, sus héroes…ellos lo saben todo y todo lo que dicen es verdad. Por ello, es necesario tener cuidado con las palabras o frases hechas que a veces decimos sin darnos cuenta, como por ejemplo “ay que ver que tonto estás esta tarde” o “no seas mala y comparte”, ya que ellos se quedan con el significado literal de las palabras. Si su padre les dice que está tonto, ellos creerán a pies juntillas que lo son.

Por otro lado, el mejor regalo que podemos hacerles en su día no es un juguete o el último videojuego de la play, sinoninos-padres nuestro tiempo. Al regalarle parte de nuestro tiempo para jugar (a lo que ellos quieran), aunque solo sean 10 minutos diarios, reforzamos su autoestima y su valía personal. Ellos perciben que son dignos de ser queridos, merecedores de ese cariño y ese respeto que sus padres les prodigan, y no sólo con palabras, sino también con hechos.

Hoy (y el resto de días) es un día para compartir experiencias con los más pequeños de la casa y lo que no lo son tanto, aprender de ellos y con ellos, permitirles que sean ellos mismos, disfrutar de su compañía y de su amor incondicional.

Porque la felicidad es un estado de armonía y de plenitud interior, una forma de vivir, una actitud ante la vida…un valor que podemos transmitir a nuestros hijos para propiciar en ellos un crecimiento sano y equilibrado.

Me gustaría darles las gracias a todos los niños por lo que aprendemos de ellos y con ellos cada día, así como a los “niños interiores” que cada adulto trae y deja salir. ¡Gracias!