Nuestra vida está en constante cambio, aunque a veces no lo notemos. Bien es verdad, que existen épocas en las que estos se presentan de una manera importante y se hacen más notables, cuando por ejemplo, nos mudamos de casa, cambiamos de trabajo, iniciamos una relación, tenemos un hijo…

cambiosEs en estos momentos en los que nuestros miedos más inconscientes y nuestras defensas más arraigadas están a flor de piel. A una parte de nosotros, le asusta el cambio. La pregunta es ¿le damos cabida? ¿la entendemos o la criticamos?

Cuando decidimos cambiar de trabajo o tener un hijo, la gente que nos rodea nos suele animar diciéndonos las maravillosas ventajas y alegrías que nos va a aportar la nueva situación y no dudo que sean verdad, pero eso no quita que una parte de nosotros este acongojada por el miedo y que la otra esté contenta.

Un cambio puede suponer muchas ventajas y también muchos desafíos, ya que sin darnos cuenta vamos a arriesgarnos a abandonar la cómoda “zona de seguridad”, que siendo buena o mala, es la zona que conocemos, en la que nos sentimos que podemos ejercer cierto control y que nos da una sensación (falsa o no) de aparente estabilidad y seguridad.

Un cambio es una crisis y como toda crisis es una oportunidad, de crecer personal y/o profesionalmente, de mejorar nuestras condiciones económicas y/o nuestra calidad de vida, entre otras.

Mi reflexión aquí es ¿por qué tengo que anular una parte de mí y solo dar permiso a la otra, a la que está contenta y solo ve ventajas? ¿por qué actuar de una manera simplista cuando puedo enriquecerme de ambas?

Un cambio es una oportunidad para conocernos mejor, darnos cuenta de nuestras defensas y nuestros miedos y decidir qué queremos hacer con ellos, darnos permiso para sostenerlos y aprender a gestionarlos, sin dejar que ellos tomen las decisiones. Es una oportunidad también para ser consciente de los recursos que tengo y que soy capaz de desplegar. En definitiva, una oportunidad para crecer de verdad, apreciando todas las partes de mí mismo.